
Rent Book
New Book
We're Sorry
Sold Out
Used Book
We're Sorry
Sold Out
eBook
We're Sorry
Not Available
Summary
Excerpts
Novela
Capítulo Uno
El padre Lucas había sido un hombre de complexion fornida; aunque sus formas ya no eran airosas—se le acusaba el vientre, la espalda se le había encorvado-, aunque la vejez había encogido su esqueleto, ann se percibía en su fisonomía un rescoldo de fuerza nerviosa, de jocosidad y rudeza, que delataba una juventud aguerrida, quién sabe si pendenciera incluso. Debía de haber tenido el cabello negro y encrespado, aunque para entonces ya era casi blanco y le raleaba en la coronilla; la gruesa nariz chata y la boca jocunda que al sonreír mostraba una dentadura despoblada, como una almena de la que hubiesen ido desertando los centinelas, le hacían parecer, más que un cura que acababa de cumplir cincuenta aflos de ministerio, un boxeador retirado, deseoso de narrar sus hazaflas en el ring y hasta de volver a calzarse unos guantes, siquiera para acompaflar con manoteos y aspavientos la narración. Solo al reparar en el baston que empunaba con una de aquellas manazas, anchas y ásperas, como de campesino que labra su propio huerto, recordé que me hallaba ante un octogenario.
—Tn debes de ser Julio, el hijo de Lucia—dijo, irguiéndose no sin esfuerzo de una de las butacas de escay que se desperdigaban por el vestibulo de la residencia-. Llevaba un rato esperandote.
Habia un no sé qué precipitado, casi imperioso, en su voz, que contrastaba con su timbre, resquebrajado por la ronquera. Tal vez necesitase, como yo mismo, disimular la zozobra que aquel encuentro le provocaba con una mascara confiada que, a la postre, resaltaba su azoramiento. Reparé, bajo las cejas canosas e hirsutas, en el azogue de su mirada; sus ojos brillaban inquisitivos, sin atreverse a parpadear, como si rastrearan en mi fisonomia las concordancias con el hombre quc me había engendrado, ci furtivo hombre quc había scmbrado su semilia antes dc haccr mutis, sin aguardar la cosecha.
—Por favor, no se icvantc, no cs ncccsario.—No me atrcvIa a dcvoivcric ci tutco, juzgué quc habría rcsuitado faiso y tal vcz irrespctuoso-. Lc agradczco mucho quc me haya rccibido.
Corno hicicsc caso orniso dc mi pctición, me accrqué y ic tcndí la mano, no tanto para cstrcchar la suya como para quc pudicra utilizaria como asidcro.
—Varnos, varnos, 2rnc has tornado por un vicjo?—rczongó, mientras crguía a duras penas su corpachon de giadiador cansado-. EstarIa bucno.
Reparé en su rostro sanguínco quc se hacía casi pñrpura en ias mcjiiias, indicio quizá de una antigua lesion coronaria. Aunquc acababa de afeitarse, ic asornaban ios cafloncs de la barba aquí y aiia, entre ias arrugas; aigunos cortes tiernos, corno dirninutos estigmas, delataban quc su pulso era efectivamente ci de un viejo. Cuando por fin se hubo erguido, me cstrccho la rnano con cfusion, casi con vioicncia, corno si se cmpcflara en rnostrar un vigor quc ya ic iba faitando; la caiidcz dci gcsto contrastaba con la temperatura de su pici, en la quc ya parccIa inflitrarse ci ahento de la muerte.
—Siento rnucho lo de tu madre.—Frunció ios iabios en un puchero cornpungido-. Y te agradczco quc me lo cornunicaras.
—Supongo quc ella lo hubiese qucrido así—dije, atajando ci capItuio protocoiario de ios agradecimientos-. Adcmas, lo hice por interés propio. Necesitaba habiar con usted.
El padre Lucas me cscrutó sin sorpresa, caimosamente; quizá rnis paiabras sonasen en exceso perentorias, intimidantes inciuso, pero no parccían habcrio turbado. Luego sonrió, mostrando fugazmente su dentadura diczmada; pero sus ojiiios vivaces scguIan observando, sopesando, anaiizando rnis reacciones.
—Seguro quc no has venido hasta aquí para confcsartc . . .—dijo. Me había ianzado un guiflo de astucia, para subrayar la intcnción jocosa de su comcntario.
-Más bien al contrario—respondi de forma un tanto glacial-.
Crco quc esta vcz tcndra quc confesarse usted.
Por un segundo, la rnano dci padre Lucas quc asia la cmpufladura dci baston se cngarfio; ias rnanchas de vitiiigo paiidccicron y se abultaron las venas que la surcaban, en las que parecía fosilizarse la sangre. Involuntariamente, me asaltó el recuerdo de las manos de mi madre moribunda, que tantas veces había sostenido entre las mías, mientras la sometían a las sesiones de quimioterapia.
—¿Te lo contó Lucia?—preguntó, y de repente su voz, hasta entonces aparentemente desenfadada, se tifló de una inconcreta ansiedad.
—tiempo. Fue mi padre . . .—Ann me costaba hablar con propiedad-. Quiero decir, Antonio, quien me lo contó, cuando mi madre ya habia muerto.
Nunca he sido persona curiosa, ni siquiera inquisitiva; más bien al contrario, me he esforzado siempre por rehuir las confidencias ajenas, por evitar los descargos de conciencia, incluso cuando esos descargos y confidencias de algñn modo me ataflen, o sobre todo entonces. Si alguien trata de compartir conmigo un secreto, si intuyo, por su disposicion al discreteo o al desahogo, que se apresta a alumbrar algñn pasadizo en sombra de su biografia, para aliviarse de recuerdos que lo oprimen o reconcomen, me repliego como un caracol en su concha. Ni siquiera cuando ese secreto me ha sido abruptamente declarado, antes de que pueda precaverme, infrinjo estas cautelas: como quien, al pasar ante una puerta entreabierta, oye sin querer el retazo de una conversación comprometedora y carraspea para hacer notar su presencia, en lugar de aguzar el oido y acercarse sigilosamente a la rendija que deja escapar un murmullo de palabras tentadoras, asi yo tambien procuro declinar la oportunidad de saber o averiguar lo que otros desean a toda costa que sepa o averigüe. Supongo que esta actitud retraida me ha granjeado alguna malquerencia o animadversion y tambien cierta fama de persona esquiva; pero a cambio me ha permitido vivir más tranquilo, porque los secretos que llegamos a conocer mal de nuestro grado acaban de algñn modo infectando de malestar nuestros dias, acaban removiendo ese mundo tenebroso que hubiesemos preferido mantener anestesiado. Yo ya habia probado las consecuencias que acarrea el descubrimiento (o más bien el vislumbre) de un secreto que hubiese preferido ignorar, cuando ante el cadaver de Nuria supe . . .
El septimo veloNovela. Copyright © by Juan de Prada. Reprinted by permission of HarperCollins Publishers, Inc. All rights reserved. Available now wherever books are sold.
Excerpted from El Septimo Velo by Juan Manuel De Prada
All rights reserved by the original copyright owners. Excerpts are provided for display purposes only and may not be reproduced, reprinted or distributed without the written permission of the publisher.
An electronic version of this book is available through VitalSource.
This book is viewable on PC, Mac, iPhone, iPad, iPod Touch, and most smartphones.
By purchasing, you will be able to view this book online, as well as download it, for the chosen number of days.
Digital License
You are licensing a digital product for a set duration. Durations are set forth in the product description, with "Lifetime" typically meaning five (5) years of online access and permanent download to a supported device. All licenses are non-transferable.
More details can be found here.
A downloadable version of this book is available through the eCampus Reader or compatible Adobe readers.
Applications are available on iOS, Android, PC, Mac, and Windows Mobile platforms.
Please view the compatibility matrix prior to purchase.